Autocuidado: una mirada interna

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Autocuidado: una mirada interna

Nuestras rutinas, tareas y responsabilidades diarias requieren, en muchas ocasiones, de una mirada a nuestro entorno intensa y continua, llegando a suponer una fuente de estrés y de ansiedad significativa.

No tengo tiempo”, “tengo mil cosas que hacer”, “no llego a todo”, “esta semana no me viene bien”, “tengo la agenda apretadísima”. Nuestras rutinas, tareas y responsabilidades diarias requieren, en muchas ocasiones, de una mirada a nuestro entorno intensa y continua, llegando a suponer una fuente de estrés y de ansiedad significativa. 

La idea de no poder ejercer control de nuestro tiempo favorece un sentimiento de indefensión que nos aboca a un elevado agotamiento físico y mental. 

Y es en este punto de reflexión cuando llegamos a la idea de la necesidad de prestarnos atención y de empezar a generar un mayor autocuidado. 

Autocuidado

Tal y como señala la OMS, el autocuidado es un concepto amplio que engloba la higiene (general y personal), la nutrición (tipo y calidad de los alimentos que se consumen), el modo de vida (actividades deportivas, ocio, tipo de trabajo, entre otros), los factores ambientales (condiciones de vivienda, hábitos sociales, relaciones personales, etc.), los factores socioeconómicos (nivel de ingresos, creencias culturales, etc.) y la automedicación. 

Otros autores destacados, como Elizabeth Orem (1983), definen el autocuidado como el conjunto de acciones que existen en situaciones concretas de la vida, dirigidas por las personas hacia sí mismas o hacia el entorno, para regular los factores que afecten a su propio desarrollo y funcionamiento en función de su salud y bienestar.

En general, las diferentes definiciones del autocuidado coinciden en un punto clave: el autocuidado requiere de la acción intencionada de la persona, es decir, asume un papel fundamental como gestor de su cuidado para el mantenimiento o consecución del bienestar físico, psicológico y social.

Indicadores de autocuidado

Existe un consenso entre los principales autores que agrupan los indicadores del autocuidado en tres grandes dimensiones (Cancio- Bello Ayes et al., 2019):

Autocuidado físico. Relacionado con acciones encaminadas al cuidado del cuerpo a través de la actividad física, la alimentación saludable, el mantenimiento y mejora de la salud a través de revisiones, pruebas y seguimiento de prescripciones médicas, buen conocimiento de enfermedades y hábitos nocivos o la generación de hábitos de sueño y descanso adecuados. 

Autocuidado psicológico. Dimensión que considera la importancia de la valoración y reconocimiento de las emociones predominantes, el funcionamiento cognitivo, el cuidado y estimulación de una adecuada autoestima y las diferentes estrategias de afrontamiento para hacer frente a aquellas situaciones que puedan considerarse desencadenantes de nuestro malestar emocional. 

Autocuidado en el ámbito social. En esta área se dota de una gran importancia a las redes de apoyo (familiares, amigos y otras personas de confianza), al uso del tiempo libre y la realización de actividades de ocio y esparcimiento, y a las relaciones mantenidas con la familia, pareja, amigos y compañeros de trabajo o estudio.

Beneficios del autocuidado

Dedicarnos una mirada “interna” supone dar valor y reconocimiento a nuestras necesidades, aspecto fundamental para favorecer nuestro bienestar físico y psicológico. 

De entre los muchos beneficios que se encuentran en la promoción del autocuidado, podemos destacar los siguientes:

Mejora de nuestra autoestima. 

Mayor reconocimiento de uno mismo. 

Mejora de nuestra productividad y rendimiento.

Mejora de nuestra capacidad de respuesta a nuestro entorno. 

Estimulación de una mejor calidad de vida. 

Pasos para estimular el autocuidado

Tal y como se indicaba anteriormente, favorecer el autocuidado supone un ejercicio consciente y activo que podemos recoger en estos tres grandes pasos. 

Identificar los aspectos que nos proporcionan bienestar físico y emocional. Prestar atención a cómo nos sentimos es un paso fundamental para iniciar el autocuidado. Es importante vigilar nuestro estado físico y/o emocional y analizar qué factores pueden influir en ello.

Introducir todas aquellas rutinas y hábitos que favorecen tu bienestar. Finalizada la primera fase contemplativa, llega el momento de prepararnos y actuar, introduciendo todas aquellas rutinas y hábitos saludables que favorezcan nuestro bienestar general. 

Establecer un nuevo hábito suele ser complejo, por las resistencias que nosotros mismos ponemos en muchas ocasiones (resistencias tales como el tiempo, la capacidad, la desmotivación inicial, entre otras), por lo que puede resultar de ayuda una introducción gradual de estas (por ejemplo, priorizando las más sencillas en su ejecución o por el valor reforzante, a corto plazo, que pueda suponer para nosotros su puesta en marcha).

Identificar y suprimir los aspectos que nos generan malestar. La puesta en marcha de acciones para mejorar nuestro bienestar no supone, únicamente, la introducción de rutinas y hábitos saludables. Asimismo, es importante hacer un buen diagnóstico de todas aquellas conductas que perjudican o se anteponen a nuestro bienestar, reduciendo o extinguiendo estas. 

Conclusiones

Ser constantes, adaptativos y asumir una actitud responsable en todos nuestros proyectos vitales, a través del esfuerzo y el trabajo duro favorece la asunción de una actitud activa y resolutiva ante cualquier reto o conflicto que pueda cruzarse en nuestras vidas. Sin embargo, olvidarnos del autocuidado dificulta la respuesta a nuestro ambiente y sus exigencias, por lo que también resulta de gran importancia tener presente nuestra salud física y mental, atendiendo a nuestras necesidades, emociones, inquietudes o cualquier otro aspecto que pueda repercutir en nuestro bienestar general. 

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