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Se denomina Síndrome del Impostor cuando una persona piensa que todos sus éxitos profesionales y académicos, el reconocimiento por parte de otras personas, el respeto, aprecio y admiración fueron causados por el azar del destino, la buena suerte o factores externos. La persona es incapaz de entender que gracias a su inteligencia, esfuerzo y perseverancia, pudo obtener esos logros y por creer que es consecuencia del azar; considera que en cualquier momento esta buena posición podría acabar. Estas personas sienten que nunca están a la altura de los requerimientos y exigencias que les asignan y piensan que son unos farsantes para el desempeño de sus roles.
En el ambiente laboral y en todos los ámbitos de la vida cotidiana, sin importar el nivel o la clase social, es frecuente encontrar este trastorno. Los estudios indican que siete de cada diez personas lo ha padecido en algún momento de su vida. Generalmente, este trastorno desaparece a lo largo del tiempo cuando la persona obtiene una amplia experiencia y algunas veces se manifiesta ante la presencia de nuevos retos laborales; pero también se puede intensificar cuando los resultados no son los esperados. La afectación psicológica que produce este síndrome influye negativamente en el rendimiento laboral. El origen de este trastorno pudo haber sido en la infancia, cuando nuestros padres comparaban los atributos de cada uno de sus hijos, tildando a unos de inteligentes porque obtenían buenas notas y a los otros de solidarios; siendo que a estos últimos, se les exigía por igual, el logro de mejores calificaciones. Otro detonante es cuando los padres gozan de gran prestigio profesional y los hijos o alguno de ellos decide no estudiar y es tachado como el descarriado de la familia.
El síndrome del impostor, ha sido largamente estudiado desde hace 5 décadas, en virtud de la gran cantidad de personas que a nivel mundial presentan este trastorno. Estos estudios indican que mayormente las mujeres son las que padecen este problema, a causa de la constante búsqueda del perfeccionismo y un alto nivel de exigencia con ellas mismas.
La afectación que produce en el ambiente laboral este trastorno, deriva en las siguientes manifestaciones:
Las personas autoexigentes, no encuentran complacencia con el trabajo que han realizado, aunque el resultado sea satisfactorio. A pesar de que se le reconozca, el trabajo que ha hecho, la persona sentirá decepción y disgusto consigo mismo. Estas emociones le producen estados de desesperación que impactan negativamente en su desempeño profesional.
Las constantes comparaciones, en la que caen los que padecen el síndrome del impostor, ocasionan atrasos en el desempeño de sus actividades y merma su autoestima devastadoramente. Siempre están pendientes de las actividades que realizan los demás y tienen una valoración muy elevada de las virtudes de su prójimo, sin considerar que, como seres humanos, todos tenemos defectos y barreras que superar.
Estas personas consideran, que los factores externos, la suerte, el azar y otros elementos, son los causantes de sus triunfos y derrotas. Cuando lo cierto es que gracias al esfuerzo, inteligencia y habilidades propias es que se generan los resultados. Esta percepción errónea de la realidad impacta negativamente en las emociones y la mente de la persona.
Obviamente, una persona con un bajo nivel de autovaloración y que desconozca el alcance de sus habilidades y competencias, vivirá desmotivada por no creerse merecedora de la posición laboral que ocupa y por el temor de ser despedida o reemplazada en cualquier momento.
El no poder detener los constantes y abrumadores pensamientos sobre un mismo tema, produce ansiedad ante la imposibilidad de resolver este problema. Generalmente, estos pensamientos giran en torno al sentimiento de no merecer el puesto que ocupa, ni los logros obtenidos; aspectos típicos de quien sufre el síndrome del impostor.
Las personas que padecen el síndrome del impostor, pierden muchas oportunidades de avanzar y ocupar otros cargos de mayor nivel, debido a que no aceptan nuevos retos o responsabilidades. El miedo al fracaso los inhabilita y por ello se estancan y pagan un precio muy alto en su desarrollo profesional.
Debido a los temores, baja autoestima y la desmotivación, estas personas son incapaces de expresar sus ideas y pensamientos en forma calmada y efectiva.
Las opiniones positivas que reciben de otras personas, pueden ser percibidas negativamente. Estas actitudes pueden derivar en el aislamiento profesional.
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