Autor:
Ana Viladomiu Jover
¿Cuántas veces has tardado más de lo que te hubiese gustado en perdonarte? ¿Cuántas veces te has enfadado contigo mismo/a por algo que has hecho? ¿Cuántas veces has sido el/la más crítico/a contigo/a mismo/a?
¡Qué fácil es juzgarnos por todo lo que hacemos que consideramos no oportuno, no perfecto ni aceptado por la sociedad! ¡Qué fácil es castigarnos por algo que hemos hecho (con toda la buena intención del mundo) pero que ha implicado consecuencias peores de las que esperábamos en el momento en el que rumiamos hacerlo! ¡Qué fácil es criticarnos por ser cómo somos y hacer lo que hacemos!
No pretendo analizar con vosotros de dónde vienen todas esas conductas, aunque seguro que la exigencia es una variable que tiene que ver con esto que comentamos. Lo que pretendo en este artículo es compartir con vosotros que siempre hacemos aquello que creemos mejor para nosotros, para nuestro entorno e incluso para la realidad y situación que estamos viviendo en el momento. Si bien es cierto que, en ocasiones, esa que creíamos la mejor opción para nosotros en esas condiciones y circunstancias no siempre lleva implícita la mejor de las consecuencias.
A veces nos equivocamos; por qué podemos y está permitido. A veces podemos tener la sensación de necesitar tirar atrás una decisión tomada en un momento determinado. A veces sentimos la necesidad de pedir perdón a alguien de nuestro entorno que ha sufrido algún cambio en su vida y/o presente por la decisión que nosotros hayamos podido tomar. Pero todos esos “a veces” no indican que hayas hecho mal, sino que lo has hecho lo mejor que has podido y has sabido. Y que no debes crucificarte en vida por ello. Al igual que hay personas a nuestro alrededor que nos perdonan por algo que hayamos podido hacer, también deberíamos poder ser nosotros mismos quienes nos perdonemos.
Equivocarse está bien. Nos ayuda a crecer. Perdónate por sentir que te has equivocado. Y recuérdate que en ese momento había algo que te empujó a considerar esa la mejor opción. Abrázate.
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